31 julio 2010

Violeta

Cortometraje animado producido para el CEDHUL, en técnicas tradicionales de 2d.
Animación y puesta en escena de Alejandro Riaño.
Composición y postproducción de Alejandra Monsalve.

Hoy podemos contar esta historia gracias a las investigaciones de Laura Badillo y Viviana Bohorquez. Guión de Paola Esteban. Diseño sonoro de Francisco Lozano. Narrado por Camila Peroni. Dos meses de intenso trabajo y una gran experiencia. Producido por EnPánico! estudio de animación, diseño de personajes Malo Skwichi!


Violeta es real, la manta de recuerdos también existe y es la manifestación física de miles de mujeres, víctimas de la tiranía e indiferencia del conflicto armado colombiano.

Salu2
El Oso iBol

30 julio 2010

Noelia



"Animación tradicional dibujada directamente en tinta, creada en el marco de la exposición colectiva "Romanticasos". Fué dibujada directamente en tinta en lo cual se invirtieron cerca de 10 esferos BIC, unos cuantos trasnochos y mucho amoooor.

Noelia - Nino Bravo
Historia, diseño y animación: Alejandro Riaño
Captura: Eddyson Bernal
PostProduccion: Alvaro Bautista
Gracias por sus Noelias a: Tia Vita, Gladys Hernandez, Cielo E. Ospina, Julian Suarez, Eddyson Bernal, Oscar Melo, Diana Caicedo, Alejandra Monsalve, Alvaro Bautista, Camilo Rivera"

Salu2
El Oso iBol

29 julio 2010

La dama y la muerte

28 julio 2010

Gente y Lugares

Hombres y mujeres con el reflejo de sus ciudades. serie de fotografías "people and Places" del extraordinario fotógrafo Jasper James




















Fuentes: Illusion 360 y Elastika.


Salu2
El Oso iBol

27 julio 2010

Alma

26 julio 2010

Big Bang Big Boom (nueva animación del legendario Blu)



25 julio 2010

La mañana de san juan

 Pocas mañanas hay tan alegres, tan frescas, tan azules como esta mañana de San Juan. El cielo está muy limpio, "como si los ángeles lo hubieran lavado por la mañana"; llovió anoche y todavía cuelgan de las ramas brazaletes de rocío que se evaporan luego que el sol brilla, como los sueños luego que amanece; los insectos se ahogan en las gotas de agua que resbalan por las hojas, y se aspira con regocijo ese olor delicioso de tierra húmeda, que sólo puede compararse con el olor de los cabellos negros, con el olor de la epidermis blanca y el olor de las páginas recién impresas. También la naturaleza sale de la alberca con el cabello suelto y la garganta descubierta; los pájaros, que se emborrachan con el agua, cantan mucho, y los niños del pueblo hunden su cara en la gran palangana de metal. ¡Oh mañanita de San Juan, la de camisa limpia y jabones perfumados, yo quisiera mirarte lejos de estos calderos en que hierve grasa humana; quisiera contemplarte al aire libre, allí donde apareces virgen todavía, con los brazos muy blancos y los rizos húmedos! Allí eres virgen: cuando llegas a la ciudad, tus labios rojos han besado mucho; muchas guedejas rubias de tu undívago cabello se han quedado en las manos de tus mil amantes, como queda el vellón de los corderos en los zarzales del camino; muchos brazos han rodeado tu cintura; traes en el cuello la marca roja de una mordida, y vienes tambaleando, con traje de raso blanco todavía, pero ya prostituido, profanado, semejante al de Giroflé después de la comida, cuando la novia muerde sus 

inmaculados azahares y empapa sus cabellos en el vino. ¡No, mañanita de San Juan, así yo no te quiero! Me gustas en el campo: allí donde se miran tus azules ojitos y tus trenzas de oro. Bajas por la escarpada colina poco a poco; llamas a la puerta o entornas sigilosamente la ventana, para que tu mirada alumbre el interior, y todos te recibimos como reciben los enfermos la salud, los pobres la riqueza y los corazones el amor. ¿No eres amorosa? ¿No eres muy rica? ¿No eres sana? Cuando vienes, los novios hacen sus eternos juramentos; los que padecen, se levantan vueltos a la vida; y la dorada luz de tus cabellos siembra de lentejuelas y monedas de oro el verde obscuro de los campos, el fondo de los ríos, y la pequeña mesa de madera pobre en que se desayunan los humildes, bebiendo un tarro de espumosa leche, mientras la vaca muge en el establo. ¡Ah! Yo 

quisiera mirarte así cuando eres virgen, y besar las mejillas de Ninon... ¡sus mejillas de sonrosado terciopelo y sus hombros de raso blanco!


Cuando llegas, ¡oh mañanita de San Juan!, recuerdo una vieja historia que tú sabes y que ni tú ni yo podemos olvidar. ¿Te acuerdas? La hacienda en que yo estaba por aquellos días, era muy grande; con muchas fanegas de tierra sembrada e incontables cabezas de ganado. Allí está el caserón, precedido de un patio, con su fuente en medio. Allá está la capilla. Lejos, bajo las ramas colgantes de los grandes sauces, está la presa en que van a abrevarse los rebaños. Vista desde una altura y a distancia, se diría que la presa es la enorme pupila azul de algún gigante, tendido a la bartola sobre el césped. ¡Y qué honda es la presa! ¡Tú lo sabes... ! 

        Gabriel y Carlos jugaban comúnmente en el jardín. Gabriel tenía seis años; Carlos siete. Pero un día, la madre de Gabriel y Carlos cayó en cama, y no hubo quien vigilara sus alegres correrías. Era el día de San Juan. Cuando empezaba a declinar la tarde, Gabriel dijo a Carlos: 

     -Mira, mamá duerme y ya hemos roto nuestros fusiles. Vamos a la presa. Si mamá nos riñe, le diremos que estábamos jugando en el jardín. 

    Carlos, que era el mayor, tuvo algunos escrúpulos ligeros. Pero el delito no era tan enorme, y además, los dos sabían que la presa estaba adornada con grandes cañaverales y ramos de zempazúchil. ¡Era día de San Juan! 

    -¡Vamos! -le dijo- llevaremos un Monitor para hacer barcos de papel y les cortaremos las alas a las moscas para que sirvan de marineros. 

    Y Carlos y Gabriel salieron muy quedito para no despertar a su mamá, que estaba enferma. Como era día de fiesta, el campo estaba solo. Los peones y trabajadores dormían la siesta en sus cabañas. Gabriel y Carlos no pasaron por la tienda, para no ser vistos, y corrieron a todo escape por el campo. Muy en breve llegaron a la presa. No había nadie: ni un peón, ni una oveja. Carlos cortó en pedazos el Monitor e hizo dos barcos, tan grandes como los navíos de Guatemala. Las pobres moscas que iban sin alas y cautivas en una caja de obleas, tripularon humildemente las embarcaciones. Por desgracia, la víspera habían limpiado la presa, y estaba el agua un poco baja. Gabriel no la alcanzaba con sus manos. Carlos, que era el mayor, le dijo: 

    -Déjame a mí que soy más grande. Pero Carlos tampoco la alcanzaba. Trepó entonces sobre el pretil de piedra, levantando las plantas de la tierra, alargó el brazo e iba a tocar el agua y a dejar en ella el barco, cuando, perdiendo el equilibrio, cayó al tranquilo seno de las ondas. Gabriel lanzó un agudo grito. Rompiéndose las uñas con las piedras, rasgándose la ropa, a viva fuerza logró también encaramarse sobre la cornisa, tendiendo casi todo el busto sobre el agua. Las ondas se agitaban todavía. Adentro estaba Carlos. De súbito, aparece en la superficie, con la cara amoratada, arrojando agua por la nariz y por la boca. 

    -¡Hermanol ¡hermano! 

    -¡Ven acál ¡ven acá! no quiero que te mueras. 

Nadie oía. Los niños pedían socorro, estremeciendo el aire con sus gritos; no acudía ninguno. Gabriel se inclinaba cada vez más sobre las aguas y tendía las manos. 

   -Acércate, hermanito, yo te estiro. 

    Carlos quería nadar y aproximarse al muro de la presa, pero ya le faltaban fuerzas, ya se hundía. De pronto, se movieron las ondas y asió Carlos una rama, y apoyado en ella logró ponerse junto del pretil y alzó una mano; Gabriel la apretó con las manitas suyas, y quiso el pobre niño levantar por los aires a su hermano que había sacado medio cuerpo de las aguas y se agarraba a las salientes piedras de la presa. Gabriel estaba rojo y sus manos sudaban, apretando la blanca manecita del hermano. 

     -¡Si no puedo sacarte! ¡Si no puedo! 

    Y Carlos volvía a hundirse, y con sus ojos negros muy abiertos le pedía socorro. 

    -¡No seas malo! ¿Qué te he hecho? Te daré mis cajitas de soldados y el molino de marmaja que te gustan tanto. ¡Sácame de aquí! 

    Gabriel lloraba nerviosamente, y estirando más el cuerpo de su hermanito moribundo, le decía: 

    -¡No quiero que te mueras! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡No quiero que se muera! 

     Y ambos gritaban, exclamando luego: 

     -¡No nos oyen! ¡No nos oyen! 

     -¡Santo ángel de mi guarda! ¿Por qué no me oyes? 

    Y entretanto, fue cayendo la noche. Las ventanas se iluminaban en el caserío. Allí había padres que besaban a sus hijos. Fueron saliendo las estrellas en el cielo. Diríase que miraban la tragedia de aquellas tres manitas enlazadas que no querían soltarse, y se soltaban! Y las estrellas no podían ayudarles, porque las estrellas son muy frías y están muy altas! 

    Las lágrimas amargas de Gabriel caían sobre la cabeza de su hermano. Se veían juntos, cara cara, apretándose las manos, y uno iba a morirse! 

     -Suelta, hermanito, ya no puedes más; voy a morirme. 

     -¡Todavía no! ¡Todavía no¡ ¡Socorro! ¡Auxilio! 

     -¡Toma! voy a dejarte mi reloj. ¡Toma, hermanito! 

    Y con la mano que tenía libre sacó de su bolsillo el diminuto reloj de oro que le habían regalado el Año Nuevo. ¡Cuántos meses había pensado sin descanso en ese pequeño reloj de oro! El día en que al fin lo tuvo, no quería acostarse. Para dormir, lo puso bajo su almohada. Gabriel miraba con asombro sus dos tapas, la carátula blanca en que giraban poco a poco las manecitas negras y el instantero que, nerviosamente, corría, corría, sin dar jamás con la salida del estrecho círculo. Y decía: -¡Cuando tenga siete años, como Carlos, también me comprarán un reloj de oro! -No, pobre niño; no cumples aún siete años y ya tienes el reloj. Tu hermanito se muere y te lo deja. ¿Para qué lo quiere? La tumba es muy obscura, y no se puede ver la hora que es. 

    -¡Toma, hermanito, voy a darte mi reloj; toma, hermanito! 

    Y las manitas ya moradas, se aflojaron, y las bocas se dieron un beso desde lejos. Ya no tenían los niños fuerza en sus pulmones para pedir socorro. Ya se abren las aguas, como se abre la muchedumbre en una procesión cuando la Hostia pasa. Ya se cierran y sólo queda por un segundo, sobre la onda azul, un bucle lacio de cabellos rubios! 

    Gabriel soltó a correr en dirección del caserío, tropezando, cayendo sobre las piedras que lo herían. No digamos ya más: cuando el cuerpo de Carlos se encontró, ya estaba frío, tan frío, que la madre, al besarlo, quedó muerta.

¡Oh mañanita de San Juan! ¡Tu blanco traje de novia tiene también manchas de sangre! 

23 julio 2010

El heroe


El héroe es un cortometraje de animación ganador de la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes en su edición de 1994.

Carlos Carrera trabajó en este proyecto durante años hasta llegar a los 5 minutos de duración que tiene el cortometraje. Empezó como un proyecto personal de largometraje de Carrera cuando cursaba el segundo año de la carrera de cine, pero ante la imposibilidad de poder filmar en el metro de la Ciudad de México, decide grabarlo en locaciones, lo que finalmente desecha al parecerle superficial. Finalmente decidió rehacerlo como una animación.

El cortometraje cuenta con alrededor de 2800 dibujos, en tonos ocres y ambientes deprimentes y oscuros (como le gustan al cineasta). Fueron elaborados en su mayoría por Carrera, con la ayuda de varios dibujantes y con Hugo y Jorge Mercado en la cámara, ambos con 40 años de experiencia en el mundo de la animación.
Gracias a los premios conseguidos por este cortometraje, se abrió brecha en el campo de la animación en México, país donde no existía tradición en este campo.

Premios

  • Palma de Oro en Cannes
  • Coral de Oro al Mejor Cortometraje del Festival Internacional del Nuevo Cine de La Habana (Cuba)
  • Mejor animación del Cinemafest de San Juan (Puerto Rico)
  • Ariel por mejor cortometraje (México)

21 julio 2010

S.A. Tiene Facebook


Solo quería anunciarles a tod*s que desde hace ya algun tiempo el equipo de Spooky Arts ha abierto un pequeño grupo en Facebook, para todos aquellos que quieran seguirnos pueden hacerlo también a traves de este malvado social network... hehehe.

http://www.facebook.com/pages/Spooky-Arts-20/115574248480480

Salu2
El Oso iBol

Coyote






Video en animación Stop-Motion para la canción "Coyote" de Mark Growden, extraída del album "Saint Judas". Dirigido por Christiane Cegavske. Palabras de Deke Weaver.




Salu2
El Oso iBol

20 julio 2010

Blood Tea and Red String



AÑO
2006
DURACIÓN
71 min.  
PAÍS
Estados Unidos
DIRECTORA Christiane Cegavske
GUIÓN Christiane Cegavske
MÚSICA Mark Groden
FOTOGRAFÍA Christiane Cegavske


PRODUCTORA Cinema Epoch
WEB OFICIAL http://www.christianecegavske.com/BloodTeaRedString.html
GÉNERO Animación Stop Motion, Fantástico, Cine independiente.
SINOPSIS Un grupo de alimañas picudas y peludas que habitan en el interior de una encina crean una muñeca que emula la figura de una bella mujer. En la matriz de su andrógena creación introducen un huevo y la custodian fascinados al cobijo del interior del árbol. Mientras duermen, un grupo de ratones de campo con los ojos encendidos roban la muñeca y se la llevan con ellos. Las alimañas se embarcan entonces en una aventura rayana a la alucinación para rescatar el precioso engendro. Aclamada película en animación stop-motion que se tardó 13 años en realizar.



Amig*s, por favor, véanla, que vale realmente la pena.
Salu2,
El Oso iBol

17 julio 2010

Oodishon - Audition

Imagen IPB
TITULO ORIGINAL: Oodishon
GENERO: Terror
PAIS: Japón / Corea Del Sur
DURACION: 115 Minutos
AÑO: 2000
ESTRENO EN DVD: 25-06-2003
DIRECTOR: Takashi Miike
GUION: Daisuke Tengan
INTERPRETES: Eihi Shiina, Jun Kunimura, Ryo Ishibashi y Tetsu Sawaki
PRODUCTOR: Satoshi Fukushima
MUSICA: Kôji Endô
FOTOGRAFÍA: Hideo Yamamoto
MONTAJE: Yasushi Shimamura

SINOPSIS: Un padre viudo, decide seguir el consejo de su hijo, y se embarca, con la complicidad de un amigo, en la búsqueda de su media naranja. Para ello decide organizar un casting para una supuesta película, en el cuál descubre a la que cree la mujer de su vida. Pero ésta guarda oscuros secretos que hacen que el idilio termine en un auténtico infierno.

Video: Xvid 640x336 23.98fps
Audio: MPEG Audio Layer 3 48000Hz stereo 127Kbps
Peso: 700MB
Subtitulos: En el rar, separados
Subido a: Megaupload
Pass: www.chilecomparte.cl

Capturas:



Imagen IPB





Imagen IPB


Imagen IPB

Links:

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Pass: www.chilecomparte.cl

14 julio 2010

Imprint


Título original: Imprint
Calidad de la película:
Dvdrip.
Duración:
63 min.
Idioma de la Película: Español.
Año:
2005.
Género:
Terror, Gore.
Nacionalidad:
Japón, U.S.A.
Director:
Takashi Miike.
Guión:
Daisuke Tengan, basado en el la novela de Shimako Iwai.
Reparto: Youki Kudoh, Michie Itô, Toshie Negishi, Billy Drago.
Datos: Esta película es parte de una colección de películas bajo el nombre "Masters of Horror" estrenada en la televisión americana y después editada en Dvd basada en una serie de películas-mediometrajes dirigidos por maestros y especialistas del género de terror.
Fecha de emisión: 25 de febrero de 2006 (Temporada 1, Episodio 13)

*Puntuación por FilmAffinity: 6,1

Argumento:
Un estadounidense va a Japón en busca de su novia y se adentra en una isla misteriosa donde ocurren extraños sucesos.

Salu2
El Oso iBol

08 julio 2010

El collar


Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública.

No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras.

Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación.

La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.

Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: "¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!", pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán.

No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!

Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación.

Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre.

-Mira, mujer -dijo-, aquí tienes una cosa para ti.

Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía:

"El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio."

En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio:

-¿Qué haré yo con eso?

-Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.

Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:

-¿Qué quieres que me ponga para ir allá?

No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució:

-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito...

Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.

El hombre murmuró:

-¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede?

Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas:

-Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo.

Él estaba desolado, y dijo:

-Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito?

Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo.

Respondió, al fin, titubeando:

-No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría.

El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos.

Dijo, no obstante:

-Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio.

El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:

-¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días.

Y ella respondió:

-Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile.

-Ponte unas cuantas flores naturales -replicó él-. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas.

Ella no quería convencerse.

-No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas.

Pero su marido exclamó:

-¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad.

La mujer dejó escapar un grito de alegría.

-Tienes razón, no había pensado en ello.

Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro.

La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel:

-Escoge, querida.

Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar:

-¿No tienes ninguna otra?

-Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría.

De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado.

Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen.

Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:

-¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya.

-Sí, mujer.

Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro.

Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura.

Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer.

Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho.

Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles.

Loisel la retuvo diciendo:

-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche.

Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera.

Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos.

Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día.

Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.

La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito.

Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó:

-¿Qué tienes?

Ella se volvió hacia él, acongojada.

-Tengo..., tengo... -balbució - que no encuentro el collar de la señora de Forestier.